La famosa.

Vivió en los 50 por la comarca una meticulosa lavandera cuya afición favorita era blanquear prendas. En aquel entonces no existían tontas máquinas que adorasen remover los trapos sucios en un tambor, así que las mujeres en sus casas hacían las veces de mujeres de provecho entrenándose en el tedioso milagro de frotar y frotar sin otra ayuda que la de sus manos.

Nadie sabía que métodos utilizaba aquella afamada lavandera, ni que jabones, ni que misteriosos detergentes caseros elaborados con esmero y pulcritud… pero el caso es que aquella mujer poseía la capacidad de dejar sus prendas como el»jaspe».

En los concursos anuales de ferias locales, una de las cucañas favoritas del público, enfrentaba al sector femenino en una ristra de pilas para ver quien era la hermosa joven que lograba acabar antes con la colada. Era una competición cuanto menos curiosa, toda mujer digna debía pasar por allí y de hecho, montones de  hombres se agolpaban a observar cada año a las candidatas.Se valoraba la relación rapidez- limpieza con un jurado compuesto predominantemente por mujeres cuyos ojos estaban duchos avistando las manchas del paso del tiempo sobre la tela. Aquello era un teje y maneje de manos, manteles, muñecas… aún recuerdo el sonido del agitar de la contundencia sobre la piedra y el color rojo de las llagas en los nudillos de aquellas mujeres.

La lavandera famosa ponía toda su fe al servicio de la fama. El premio, para ella, era una especie de inercia hacia el orgasmo, aunque ser aplaudida -además- por meter las manos en la jugosa espuma, casi rozaba la categoría de místico alucinógeno extraespacial.

Había un oscuro secreto al otro lado de su limpia afición. Y es que, tras las pilas, a través de las rendijas de la piedra, se veía un pequeño erial que algunas parejas -entonces ataviadas por el que dirán- utilizaban para dar rienda suelta al desconcierto de la carne. Nuestra lavandera decía no ser entrometida, juraba no sucumbir a las telenovelas de sobremesa en la radio, aseguraba vivir bajo la rectitud de sus faldas…pero cada tarde, asistía absorta a su propia rendición cuando contemplaba con desdén el suculento manjar de  las pasiones ajenas.

Y es que le faltaban manos para auto-complacerse, bocas que le susurrasen versos y alguna que otra piel para dejarse mojar con licuados jugos. Puestos a conformarse, un simple te quiero le hubiera bastado, el azul de un cielo cuando te aman, el abismo de una noche cuando te olvidan, la diversión de saberse dinamita cuando todo marcha y la dinamita que explota en cenizas cuando todo fragua…

Sentir, sentir, sentir…y no su aburrido y tedioso diario de rutas.

Las manos, la piel, los nudillos… ahora lo comprendía todo. Era el suyo un dolor de color gris cemento. Por eso seguía lavando sobre esa piedra, siendo la número uno de su género, mientras fantaseaba en secreto con los trapos sucios que había más allá de las rendijas.

Sentir, sentir, sentir…atisbar otras vidas para beber de eso que a la suya, sencillamente le faltaba.

10 comentarios en “La famosa.

    1. Exactamente, Óscar, lo placentero, lo bello, lo diferente.
      La envidia es un mal que todos hemos tenido que vivir alguna vez, directa o indirectamente.

      Un abrazo.

  1. Está claro: las cosas nunca son lo que parecen a primera vista, y nos lo has demostrado nuevamente con este precioso post Mukali. Nunca volveré a ver a las lavanderas con los mismos ojos, eso también te lo digo xD

    1. Gracias, Holden.
      El relato es cuanto menos reflexivo. Todos tenemos nuestros secretos y nadie es perfecto. Ir analizando los errores de otras vidas sin ver primero los propios me parece un descaro.
      Y es que como dice mi padre , hay gente que te corta un traje en la revuelta de un tranchete.

      Besos.

    1. No se si alguien se lo explicó.
      No me parece sucio mirar o atisbar otras vidas, imágenes, situaciones…la curiosidad humana es así; pero si que me parece sucio espiar a otros y utilizar – además de los ojos- el chisme y la burla.

      Un abrazo Eme.

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