Tenía la desaforada certeza de que ante cualquier oscuridad, en medio de la más aguda de las tristezas, siempre había una gota de sílabas, la esencia de una palabra o la ventana de algun texto capaz de abrirnos el pasaje de la razón e iluminar nuestros pasos impidiendo que cayesemos a algún terrible vacío. Así se lo había enseñado quien más quería y, como si de un marcapasos se tratase, se asía a la costumbre heredada, esa profunda búsqueda para abordar los huecos, para crecer sobre los días en que el desaliento la acorralaba. Tenía derecho a rendirse de vez en cuando, a ser frágil y dispersarse con su niebla, dejando al alma buscarse entre las palabras, como una estrella que dialoga solitaria en la noche.

Las palabras son los ladrillos que argumentan la memoria y la constancia de la existencia. Poco más soy que en lo que escribo. Un besazo.
Los libros pueden ser una luz a la que arrimarse , en todos los momentos, incluso en los más oscuros.
Saludos 🙂